El incendio
Tendríamos que haber estado algo más que sordos y ciegos. Tendríamos que haber perdido el sentido del tacto, y el olfato también para no haber sentido las cosquillas del humo ese ratón arañando con las patas la garganta, el mordisco que nos traía en la piel, como un disparo, el fuego que habíamos montado entre la cocina y el baño. Era cierto que yo no veía. Me besabas intermitentemente y en el vagón del true love yo cerraba los ojos cada vez que lo hacías. Me besabas tanto y tan bien que decidí dejarlos cerrados siempre para ver, nunca mejor dicho, si invirtiendo el orden de los factores el producto seguía siendo el mismo. Estaba sordo ya a esas alturas. Tus gemidos me habían traspasado el tímpano, y se habían instalado de tal manera en mi cerebro que habían cerrado la puerta con llave por dentro. Lo tuyo venía de serie. Eras un manual de instrucciones del desastre. Y yo un lector compulsivo, que no podía dejar a la mitad los libros. Follamos hasta que se rompió la cama. Bebimos hasta ...